jueves, 29 de marzo de 2012

Un viajero inusual

Había un dragón que vivía junto a un lago, le gustaba mucho ver sus alas reflejarse en su superficie, especialmente cuando el viento las agitaba.

Las ondas sobre el agua y sus alas dejaban ver los espacios que había recorrido y en sus ojos de zafiro, se reflejaba el infinito...

Faruq' estaba lleno de preguntas, dedicaba sus días a encontrar respuestas y se alegraba del hecho que cada respuesta trajera nuevas preguntas.

Al amanecer, salió a mirarse en el lago. A dónde ir? por dónde empezar? las preguntas se agolpaban y la emoción de una nueva búsqueda empezaba a llenarlo!

Explora, quería explorar y ver que había más allá del lago! Decidió volar hacia el sur, había escuchado que en algún lugar se daba un espectáculo maravilloso de luces en el cielo...quería verlo!

Faruq´ inicio el viaje al amanecer, la luz apenas dejaba ver el paisaje, pero él estaba tan acostumbrado a ese lugar, sabía de memoria cómo era y hubiera podido volar con los ojos cerrados sin lastimarse.

Un viejo estanque, el sonido del agua y la sombra del viajero comenzó a aparecer!

El agua estaba fría, la luz de la luna y las estrellas aún se reflejaban en la superficie... como un cielo bajo sus pies. A medida que se sumergía en el agua, esa luz se colgaba de su piel y corría entre sus escamas causándole cosquillas...

Y después de unos momentos ya volaba en ese espacio infinito y familiar, hacia un destino que no conocía, pero había imaginado.

No pasó mucho tiempo cuando de pronto, a lo lejos, una luz brillante llamó su atención, decidió ir a explorar, quería saber de qué se trataba! Emocionado agitó sus alas, nunca había divisado semejante resplandor. Picos y volcanes empezaron a dibujarse en el paisaje y de pronto ¡apareció ¡ Ahí estaba, una descomunal llanura blanca castigada por un cegador sol cuyos rayos se multiplicaban al chocar contra su superficie. Estaba emocionado, quería saber cómo se producía semejante espectáculo, que le producía sensaciones de vértigo, confusión y desconcierto, no conseguía ubicar una línea divisora, no existía ni un principio ni un final.

Sobre ese inmenso espejo, la luz se reflejaba sobre cada ondulación, un gigantesco espejo y caleidoscopio a la vez. Cristales diminutos, pequeños cubos traslúcidos que recogían la luz, la amplificaban y la reflejaban al mismo tiempo. Y sobre el cielo, esa luz creaba patrones que ondulaban y danzaban al ritmo de una música no tocada.